LOS PUENTES DE AVEIRO

Eran las 5 de la tarde y acababa de llegar, ansiosa por verte me la jugué en la carretera. Cuando lo hacen otros me sale espuma por la boca pero no podía evitar apostar a las multas y los accidentes evitando las advertencias.  Dos meses no es mucho tiempo, me dije; pero parecen años cuando no estás cerca. Los nervios me envolvían como las olas en el cantábrico.

Aparqué donde pude, buscándote en todas las caras aunque sabía dónde  estabas. Llegué al punto de encuentro mirando en todas las direcciones buscando una barba y unas gafas de sol, señales de lo que más deseaba.

Como en los puentes de Madison, cuando nos vimos, uno nos separaba

Como en los puentes de Madison, la pasión fue instantánea

 Como en los puentes de Madison sólo quería que nuestra vida fuera más fácil

Como en los puentes de Madison, sabía que todo era una ilusión momentánea

  Nuestros puentes, sin embargo, siempre serán los de Aveiro

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Aunque suene a tópico, el abrazo paró el tiempo. Temblaba, los ojos cerrados grabando el momento en mi retina con ese beso que llevas saboreando mucho tiempo y, al fin, das. Paseamos y yo pensaba que lo hacíamos sin rumbo porque hoy, más que ningún otro día, no lo necesitaba. Pero tú ya lo tenías todo pensado…

Paramos en un bar- cafetería-hostal. De esos encantadores que te dan ideas para decorar tu casa, con libros, magníficos cuadros y más de una guitarra; de esos sitios que te hacen sentir parte de ellos instantáneamente. Sin haberme informado, ya habías reservado la habitación vip, cuya diferencia con el resto era que tenía cuarto de baño dentro. Era tan encantadora como el resto del lugar, no la hubiese elegido mejor. Se puso a llover pero escogimos quedarnos en la terraza, estábamos solos y la lluvia excusaba nuestro constante abrazo. Tus ojos encendían la oscuridad del clima, con un azul intenso, marino, calmo, contento.

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Sentirnos, tocarlos, escucharnos, mirarnos, olernos, hablarnos, besarnos, saborearnos; eras todo, no necesitaba más. Tú, yo y una guitarra, en la habitación de un hostal encantador en un pueblo a medio camino entre tú y yo. “¿Una cerveza?”, me preguntaste. Y asentí con la sonrisa, mientras te alejabas, sabiendo que por el momento, volverías.

Sólo pensaba en la suerte que tenía. Y lo pensé más todavía cuando me sorprendiste con dos gintonics como los que habíamos soñado en África. Y me dijiste que la ocasión merecía un Hendricks, el Hendriks que siempre habíamos querido compartir. Y sabía a gloria mezclado con tus besos, y mejor sabía con tus miradas.

Nos reímos como si el tiempo no contara, cada minuto era una historia que nos faltaba por compartir; tú tocabas la guitarra mientras yo trataba de seguir la letra, poniendo esfuerzo en no cantar muy alto y pretendiendo que entono mejor de lo que lo hago; sonaba a cielo, sonaba a ti, sonaba a mí, sonaba a nosotros; un engranaje que cuando juntaba sus piezas, funcionaba a la perfección. Y sabía a gloria mezclado con tus besos, y mejor sabía con tus caricias.

Cena perfecta, noche sobresaliente, sabiendo que las próximas 18 horas serías todo para mí, toda una eternidad para aprovechar. Bailamos por la habitación, encima de la cama, tú en calzoncillos y yo con tu camisa. Nos miramos en el espejo, tú me abrazabas por la espalda, apartando la melena para besar mi cuello, juntos por fin y por poco. Y sabía a gloria mezclado con tus besos, y mejor sabía con tus silbidos.

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Paseamos la orilla del río, las calles, la playa…Todos los paseos que no podríamos dar en meses. La arena estaba intacta y las rocas perfectas, me abrazabas contra ti protegiéndome del frio, el viento estaba celoso de nuestra infinita alegría pero el sol era nuestro aliado. Fue uno de esos días que te acuerdas hasta de lo que vestías, del sabor del vino como si siguiera en tu boca  y del último café que nos tomamos, tan amargo como el hecho de que en minutos volveríamos a separarnos. Como todo lo bueno, se nos acabó. Nos despedimos con ojos húmedos, respiración entrecortada y el abrazo más largo, memorizándonos; recordándonos el uno al otro que en dos meses más, volveríamos a estar juntos. “Son sólo dos meses”- “En nada nos vemos”.

 

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Ojalá alguien nos hubiese advertido, ojalá nos hubiesen avisado, de nuestra santa inconsciencia de jugar con fuego, de creer ser la excepción que no se acaba quemando.

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